(Eleven years ago today, we laid my maternal grandmother, my last surviving grandparent to rest. At my mother’s request, here is the homily I preached at her funeral Mass.)
“En aquel día, preparará el Señor de los ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, una comida con jugosos asados y buenos vinos, un banquete de carne y vinos escogidos.” (Isaías 25:6)
El Señor mismo nos prepara un banquete de comida jugosas. ¡Qué difícil es imaginar esa escena cuando se trata de mi abuela! ¿Alguien le va a preparar una cena a ella cuando ella se paso todo una vida preparando comida para los demás? Pues ese es el premio que le espera a los que sirven a los hijos de Dios. Y es ese banquete que mi abuela disfruta en este momento pues pasó su vida entregándose a los demás y sirviendo a sus familiares y amigos
Son tantos los cuentos y anécdotas que puedo compartir sobre nuestra querida abuela y casi todas tienen que ver con la comida. La comida era tan importante para abuela como lo fue para el Señor. Como me recordó un amigo en estos días, fíjense que el Señor escogió entregarse a nosotros no solamente en la cruz sino en el contexto de una cena, su última cena, cuando tomo pan y nos dijo “Esto es mi cuerpo.” Este pan que compartimos, esta eucaristía, es el amor encarnado. La comida era sinónima con el amor para mi abuela. Ella se gastaba cocinando por los demás . Como Cristo, através de una cena, ella se entregaba totalmente para demostrarnos su amor.
Para el cubano y especialmente para mi abuela, la gordura es señal de salud. Ella le preocupaba cuando alguien estaba muy flaco. Perdón, no era una preocupación, era una obsesión. Ella se paso los últimos 34 años tratando que yo engordara. Ella esperaba que yo me fuera de vacaciones y me decía, “Ahora cuando estés libre te voy a ahogar con potajes.” Me acuerdo un verano que estaba de vacaciones del seminario y me quede con mis abuelos. Yo observe con mucho cuidado ese verano como abuela le preparaba la comida a mi abuelo. Ella le freía toda la comida y le servía unos platos que eran montañas de comida. Y mi abuelo, santa varón que era, se comía todo lo que mi abuela le ponía en la mesa. Yo todavía digo que si ella le hubiese servido un plato de piedras y tierra, él se lo hubiese comido. Tanto era el amor que ellos compartían. El viejo Pancho y su gorda. Yo todavía me acuerdo en unos de nuestros muchos veranos en la playa viéndolos a ellos caminar mano en mano por la arena. Cuando mi abuelo llegaba del trabajo en el taller, ya su cena estaba preparada. En mi vida no me acuerdo de un instante de ver a mis abuelos pelear sobre la mas minima cosa. Mi abuela siempre le decía mentiritas piadosas para ocultarle lo que costaba algo pero mi abuelo no le importaba. Ella era la reina de su corazón y ella lo cuidaba como un rey. Y esa entrega de amor matrimonial se derramaba sobre el resto de la familia.
El ejemplo mas grande de la entrega de mi abuela a su familia ocurrió un año y medio después de mi nacimiento cuando mi abuelo le pidió que dejara su trabajo de factoría para cuidarme a mi y a mi hermana que estaba en camino. No solamente eso, sino que abrieron las puertas de su casita en la orilla de Coral Gables para que mis padres aun todavía muy jóvenes pudieran criar a su familia en esa pequeña casita mientras mi abuelos se retiraron al pequeño espacio que mi abuelo y mi padre convirtieron un hermoso apartamento. Ese apartamente era el lugar de refugio para mis hermanos y yo cuando nos metíamos en problemas o cuando queríamos algo de comer. Mi abuela nos recogía a los tres todos los días de la escuela y nos preparaba la merienda. Y todos los fines de semana en los veranos nos íbamos para los Cayos con mi abuela manejando y esos viajes eran inolvidables con mi abuela haciéndonos chistes que no puedo repetir en la iglesia.
Ser abuela era los mas importante para ella. Mi hermana era “la princesa”, mi hermano era “el enano malo” y yo era simplemente como ella me repitió hace una semana: “Manolo del alma mía.” ¿Cuantas veces yo me ponía necio con ella cuando al terminar de prepararme el desayuno ella se sentaba solamente para mirarme comer? “Abuela no me (fastidies) mas y déjame comer en paz.” Ella ponía los ojos en blanco y me ignoraba porque ver a su nieto mayor comer era su delirio.
Cuando yo decidí entrar en el seminario, la única que se opuso era mi abuela. Ella quería bisnietos de mi. Pero cambio su manera de pensar bien rápido cuando ella se convirtió en “la abuela del Padre Manny.” Dos anécdotas rápidas sobre mis años de seminario y mi abuela: Cuando fui admitido al seminario, yo estaba de misiones en México y tuve que bajar del monte al pueblo para llamar a Miami para ver si había sido admitido. Mis padres estaban en los Cayos y mi abuela salio al teléfono. Ella inmediatamente empezó a preguntarme lo que quería de comer cuando regresara a Miami. Yo la trate de interrumpir varias veces y al fin logre preguntarle, “Abuela, espera, ¿me admitieron en el seminario?” Y ella con su chispa contestó, “Sí, pero eso no es importante, ¿quieres potaje de chicharo o frijoles colorados?” La segunda la compartí con el Obispo Estévez este domingo. El dia que me tocaba empezar mi internado en Santa Agueda, mi abuela llego con mi abuelo tres horas antes para verme pensando que yo ya había llegado. El Padre Estévez en este tiempo miro a esta vieja perdida afuera de la rectoría y salio para ver si necesitaba ayuda. Ella simplemente le contesto, “¿Donde esta Manny? Yo SOY la abuela de Manny.” Este episodio todavía la causa rizas al Obispo. Pero reflexionando anoche en el regalo mas grande que me dio mi abuela, fuera de todas las comidas que me hizo y después de mi madre por supuesto, fue el regalo de mi Cubanía. Desde niño me inculco no solamente un respeto y amor a este pais libre que les abrio las puertas a mi familia cuando necesitaban refugio, pero un amor especial a la tierra que la vio nacer. Por eso al cumplir yo los tres años ella me enseño el himno nacional cubano. Por eso ella me guio de la mano hace 30 años para pisar la tierra mas bella que Dios creo. Gracias a ella yo siento ese orgullo cubano en lo mas profundo de mi ser. Fue ella que inculco en mi sangre esos versos de Martí:
“Yo quiero cuando me muera,
sin patria pero sin amo,
tener en mi tumba un ramo
de flores y una bandera…cubana!”
Mi hermana era la niña de sus ojos. Esa rubia de ella era su vida y siempre trataba de vestirla como princesa. Ella siempre me decía que tenía que cuidar y defender a mi hermana en todo momento. El cuento que mi abuela mas contaba de mi hermana era como mi hermanita pequeña siempre iba a la cama de los abuelos y no a la de sus padres cuando se despertaba por la noche. Un dia la puerta al apartamento de mis abuelos estaba trancada y mi hermana se fue en la oscuridad de la noche por el patio de la casa a la puerta del patio que daba al cuarto de mis abuelos. Mi abuela oyó a una manito tocar en la puerta de cristal y una voz de niña gimiendo media dormida, “Abuela, abuela.” Mi abuelo brinco de la cama y abrió las persianas para ver la nieta rubia en sus pajamas y su trapito pidiendo que la dejaran entrar. Yo creo que mi abuela siempre le tenia eso guardado a mis padres. Y nunca olvidare la cara de mi abuela el día que mi hermana se casó como brillaba de orgullo. Las dos tenían el mismo carácter: cabezonas con corazones de oro.
Y mi hermano era su enano malo. Ella siempre contaba como él a los dos años se encaramó en el techo de la casa o como a los cuatro años agarro una bicicleta y empezó a montarla por todos lados. Ella siempre lo defendía y siempre le daba refugio. Y cuando mi hermano le dio el regalo de su primer bisnieto mi Abuela se convirtió en “Abuela Yeya.” Sus dos bisnietos eran la chispa que la espabilaba en su enfermedad.
Mi mamá era su regalo al mundo. Mamí replico el ejemplo de Abuela perfectamente como madre, abuela y esposa. Como hija no había nadie con mayor entrega a su madre en estos últimos meses. Y aunque mamí era su unica hija mi abuela insistía que ella tenia un hijo en mi padre. Ella adoraba a su yerno, que diga, a su hijo y le decía hasta hace el otro dia que lo tenía pisado.
Es que son tantos los recuerdos y tantos los cuentos. Si la comida era su obsesión, hablar de Cuba y de su querido Jaruco era su pasión. Ella era la que mantenía los lazos unidos entre una familia separada por 90 millas de mar. Mi abuelo la dejaba ir a Cuba con frecuencia porque sus sobrinos y sobrinas necesitaban de ella. Y esa entrega no solamente se la extendía a sus familiares sino a todos los amigos de mis padres. Ella era la Abuela de todos. Tantas veces que mis padres regresaban a la casa tarde con sus amigos y mi abuela se levantaba para hacerles unos chatinos y café cubano.
Y regresamos a la comida y como ella se entregaba a los demás através de ella como lo hizo Cristo. Mi mamá escogió un evangelio hoy, un verso mejor dicho, que describe a mi querida abuela perfectamente, “No hay amor mas grande que dar la vida por sus amigos (Juan 15:13).” Ella nos a dejado un legado de amor que será difícil de duplicar. Cuando adobemos el lechón de Noche Buena, cuando nos friamos un bistec empanizado o unos chatinos, cuando veamos un capuchino y cuando nos comamos unos chicharrones…siempre nos recordaremos de nuestra querida Abuela porque no solamente le gustaba comer, le gustaba saborear la comida. ¿Cuántas veces nos dio perdida en un buffet? Yo siempre le decía, “Abuela, si tu te mueres con un chicharrón en la boca, yo te entierro con una sonrisa.” Por eso con ella, todo quedó cumplido. Y ahora nos toca tratar de imaginarnos esa escena inconcebible del Señor sirviéndole un banquete a esta gorda como lo describía el profeta Isaías. No se porque no se me va la de la mente la imagen de mi abuela diciéndole al Señor con plena confianza y con mayor respeto, “Chico, siéntate tú y yo te sirvo a ti.”